Los mayas modelaron un espacio sagrado al cual ajustaron el diseño de sus ciudades. Lo orientaron hacia el Sol, lo relacionaron con el Cosmos y lo sincronizaron con el Equinoccio de Primavera.
Al estudiar la realidad a su alrededor, los mayas comprendieron que necesitaban relacionar íntimamente al hombre y a la comunidad con los ciclos naturales y con el cosmos. Para ellos, esta era la única manera de fluir con las fuerzas inteligentes que dan forma y trascendencia al Universo; de aprovechar conscientemente la coherencia de todo lo que existe para impulsar la evolución de su consciencia y permanecer en una serena felicidad.
Sus sabios crearon entonces un espacio conceptual y mental, un modelo sagrado al que ajustaron sus ciudades, en el cual ubicaron sus plazas y sus templos. Comenzaron por referenciarlo a un centro de observación; a un punto focal donde construyeron siempre la Pirámide Principal –el Templo Máximo– de cada una de sus ciudades estado. Comprendieron que para ajustarlo al orden inherente en la realidad debían orientarlo de manera muy precisa hacia el eje Este–Oeste por el cual se desplazaba el Sol; ubicaron las posiciones que ocupaba al amanecer y al atardecer en los días de los equinoccios, cuando su relación con la Tierra era tan perfecta que el intervalo de luz y oscuridad eran exactamente iguales. Así lograron que su comunidad mantuviera una relación deliberada y consciente con el Universo. Esto generó un orden social armónico y permitió que generaciones de sacerdotes del Sol pudieran dedicarse sin obstáculos a estructurar con sus investigaciones su extraordinario legado. Sus precisos calendarios, sus modelos sobre los sucesos que habrían de repetirse con el paso de los días. Toda la información que les facilitó entender lo que sucedía a su alrededor. La predicción de eventos que sucederían en nuestros tiempos por correspondencia con procesos y movimientos concatenados que habrían de suceder arriba, en el dominio de las fuerzas causales, del Sol, de la Luna, de los planetas, de las estrellas, de la galaxia y del Universo entero.
Comprendieron que el día del Equinoccio de Primavera unía el Espacio y el Tiempo, en un fenómeno visible y mensurable en todo el planeta. Lo que ocurría no era un evento local, como los pasos cenitales del Sol, los cuales –como hemos visto– varían dependiendo de la latitud de la región en donde son registrados. Por lo tanto, el Equinoccio podía usarse –desde todas sus ciudades– como un punto común de referencia espacio–temporal para sincronizar sus calendarios con la realidad. Un punto fijo en una realidad dinámica que usaron para medir los movimientos cíclicos de los planetas y de la bóveda celeste, para relacionarlos con las transformaciones y eventos que se sucedían en la naturaleza y afectaban profundamente la vida del hombre. Inteligentemente develaron muchas sincronicidades entre estas dos escalas de la realidad; correlaciones que reflejaban la unidad y la coherencia entre todo lo que existe y el propósito común a todos los seres. Encontraron que había correspondencias entre algunas posiciones planetarias –las cuales tenían una relación geométrica y matemática armónica– con eventos, estados de ser y experiencias humanas. Verificaron que, al repetirse estas posiciones resonantes, eventos muy similares volvían a suceder.
En consecuencia con todo este pensamiento –durante toda la época clásica– los mayas celebraron en el día del Equinoccio de Primavera la terminación del invierno, el final del año y la llegada de la primavera con la cual comenzaba el nuevo año. Al día siguiente, comenzaban la celebración de los Way’Eb, los días de transición entre el año que terminaba y el nuevo. Uno de los propósitos de esos días era verificar y ajustar perfectamente el tiempo divino –el cual determinaba los movimientos de los astros a la par con los comportamientos de la naturaleza– con los calendarios de los hombres. Para ello, cada cuatro años le agregaban un día adicional a esos festejos, de manera similar a nuestro año bisiesto. Así garantizaban que la información obtenida sobre las características individuales de cada día del año –al repetírse éste cíclicamente– sirviera para programar qué actividades debía realizar la comunidad; de esta manera estarían en consonancia con las energías del cosmos que ayudaban a impulsarlas.
Año tras año, usaron el día del Equinoccio como referencia para develar con exactitud las transformaciones diarias que inducen los astros en la naturaleza, en los estados esenciales de la energía sobre la Tierra, en lo frío y en lo caliente, en lo húmedo y en lo seco. La correspondencia con fenómenos naturales como las lluvias, los vientos y las estaciones climáticas, eventos que veían como encarnaciones de espíritus inteligentes o de presencias metafísicas que actuaban en consonancia con la mente del hombre. De alguna manera, los mayas fueron animistas, puesto que desarrollaron una sensibilidad especial, una manera para percibir y contactar a los espíritus de todo lo que existe; de los bosques, de los ríos, de los vientos y de las lluvias; para develar las sincronicidades que éstos inducían en la vida del hombre. Abrieron su mente a la existencia de una relación, entre el estado interior de los hombres y eventos externos inducidos por el Universo entero. Esta actitud les permitió estar deliberadamente alertas a coincidencias, que de otra manera habrían percibido como sucesos casuales. Concluyeron que éstos no existen, que todos los eventos, ya sean habituales o inesperados, suceden para potenciar y ordenar la evolución de la consciencia. Comprendieron que todo lo que sucede en el universo es perfecto. Que todo lo que ocurre tiene un significado trascendente y que todo lo que existe está íntima y coherentemente unido.
Su arquitectura cumplía simultáneamente varios propósitos, prácticos, científicos y religiosos. Las puertas y las ventanas de sus templos y edificios enmarcaban sectores del cielo, donde eventos celestiales de importancia tendrían lugar. Como ya hemos visto, los altares de sus pirámides eran instrumentos científicos de gran precisión. Levantaron murallas en el horizonte, no como defensas sino como puntos de referencia para registrar los movimientos del sol, de los planetas y de la bóveda estelar. Se sabe, por sus libros sagrados, que utilizaron espejos de obsidiana negra para observar el reflejo del disco solar. Es fácil deducir entonces, que así debieron detectar las manchas negras que aparecen esporádicamente en su superficie y notar su desplazamiento, lo cual habría sido un claro indicio de que el Sol rotaba sobre sí mismo. Seguramente –tras años de registros– pudieron determinar los ciclos de máxima intensidad en la radiación del Sol –cuando mayor incidencia tenía su energía en los espíritus individuales de sus días sagrados– y deducir que correspondían con la aparición de esas manchas oscuras. Sin embargo no podemos asegurar esto último, puesto que miles de códices con invaluable información –la cual hubiera impulsado exponencialmente a la cultura occidental– fueron reducidos a cenizas por la misma ignorancia fanática que destruyó la Biblioteca de Alejandría. Lo que sí se puede asegurar es que utilizaron grandes espejos de agua, sobre los cuales tendieron cuadrículas de cordel, para observar, registrar y estudiar en la imagen reflejada, los movimientos de los astros en el cielo nocturno.
Fue así como encontraron que los planetas giraban alrededor del Sol siglos antes de Copérnico. Verificaron cómo Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno, se escondían tras éste, para reaparecer nuevamente al cabo de un tiempo. Tres códices con sus tablas orbitales lograron sobrevivir la locura de los conquistadores y son prueba de ese conocimiento astronómico.
AL TZOL’KIN, EL TEJIDO DEL TIEMPO QUE RELACIONA AL HOMBRE CON EL COSMOS, LE DAN FORMA LOS 20 GLIFOS SOLARES Y LA TRECENA SAGRADA DE LA SEMANA MAYA
El 13 es un número determinante en los movimientos orbitales de la Luna
Antiguamente, se consideraba al 13 como un número mágico porque se le relacionaba frecuentemente con muchos temas trascendentales sobre el orden de la realidad. Los mayas lo convirtieron en un número sagrado porque lo encontraron al estudiar los movimientos de la Luna y de los planetas. En la Luna, el satélite natural de la Tierra, el 13 tiene una gran incidencia. En un año solar hay 13 lunaciones de aproximadamente 28 días cada una (13×28 =364). Cada lunación tiene 4 fases, en las que presenta diferentes aspectos visuales según sea su posición con respecto al Sol. Cuatro diferentes aspectos que diferencian de manera notable las noches. Por esto la usaron como referencia para medir el cosmos. En 13 días, pasa de Luna nueva a Luna Llena. También se desplaza 13 grados por el cielo cada día. Los mayas que la llamaron Ix’Chel, registraron sus fases sistemáticamente y como resultado diseñaron un calendario al cual llamaron Tun Uc, o la “Cuenta anual de la Luna”. Éste les permitió predecir sus fases y saber con anticipación cuándo sucedería un eclipse y cómo se comportaría el mar. Tan precisos fueron sus cálculos, que conocían la duración exacta de 29,5308641 días, de la órbita de la Luna a la Tierra. En Palenque registraron que 405 lunaciones corresponden a 11.960 días, (11.960/405= 29,5308641). Cifra que también dejaron expresada como 920 trecenas sagradas mayas (13×960= 11.960). La ciencia actual la determina en 29 días, 12 horas, 44 minutos y 2.87 segundos. Medida que hoy es conocida como la órbita Sinódica de la Luna: la duración del intervalo entre luna nueva y luna nueva, observada desde un mismo punto.
El 13 también es un número determinante en los movimientos de Mercurio
Mercurio, el planeta más cercano al Sol, se recorta 13 veces cada 100 años como un pequeño punto negro sobre el disco Solar, en lo que la ciencia moderna llama los tránsitos frente al Sol. Realiza una órbita elíptica y excéntrica al Sol, lo que hace que su órbita Sinódica –el intervalo entre apariciones observadas desde un mismo punto– varíe entre 104 y 130 días; puntos extremos del intervalo orbital que son múltiplos exactos del número 13 (104=13×8 y 130=13×10). Los mayas, en sus cálculos y registros astronómicos usaron 117 días como promedio para su órbita sinódica, la cual equivale a 9 trecenas exactas (9 x13=117).
El 13 y Venus
Venus, es el segundo planeta en orbitar al sol y es el objeto más brillante en el firmamento. Se encuentra aproximadamente a 104 millones de Kilómetros del Sol (104/13=8). Los Mayas lo llamaron Chak Ek’, que significa “Gran Estrella Divina”. La órbita Sinódica de Venus varía entre 579,8 y 587,8 días. Los mayas usaron un promedio de 585 días, que equivalen a 45 trecenas (13×45=585). Cuando Venus desaparece por el Oeste, detrás del Sol, permanece oculto durante 91 días, (13×7 =91). Cuando reaparece por el Este, como estrella de la mañana, puede verse de manera continua antes del amanecer durante 234 días (13×18 =234). Venus también hace tránsitos en los cuales se recorta como un punto negro frente al disco Solar. Hace dos tránsitos –separados el uno del otro por 8 años– repitiendo este mismo par de tránsitos cada 100 años (100–8–100–8…). Los mayas utilizaron este “reloj cósmico” de tránsitos de Venus como referencia para sus tablas astronómicas y sus profecías. Precisamente el 6 de junio del 2012 ocurrirá su siguiente transito; otra confirmación del final en ese año, de la Cuenta Larga maya. Su Trecena Sagrada también les permitió relacionar una órbita de Venus por cinco de Mercurio (117 de Mercurio x5= 585 de Venus = 45×13 días).
El 13 y Marte
El Planeta Marte orbita al Sol, entre la Tierra y Júpiter, a una distancia aproximada de 143 millones de kilómetros (143/13 =11). Marte también tiene una órbita elíptica excéntrica alrededor del Sol, por lo que su período sinódico varía entre 767 y 793 días. Estos puntos extremos de su órbita son múltiplos exactos del número 13 (767=13×59 y 793=13×61). Su órbita promedio es de 779.94 días. Los mayas la promediaron en 780 días, también múltiplo exacto de 13 (780/13 =60). Marte le da una órbita al Sol en 60 semanas mayas exactas (60 x13=780 Días). Por todas estas sincronicidades, los mayas hicieron de la trecena, su semana.
El 13 y Júpiter
La distancia aproximada de Júpiter al Sol es de 780 millones de kilómetros (780/13 = 60). Es también 13 veces la distancia de Mercurio al Sol. La órbita Sinódica de Júpiter es de 398.88 días, los mayas la aproximaron a 400 días para utilizar su sistema vigesimal de base 20. Luego, si necesitaban un cálculo muy preciso, eliminaban los días de más.
El 13, y Saturno
Saturno es el sexto planeta del Sistema Solar y el segundo en tamaño después de Júpiter. Es el único con un sistema de anillos. Se encuentra aproximadamente a 1.430 millones de kilómetros del Sol (1430/13 =110) equivalente a 26 veces la distancia de Mercurio al Sol (2×13). Su órbita Sinódica que dura 378,08 días fue redondeada por los mayas a 377 días para medir sus movimientos fácilmente en 29 semanas ( 377 = 13×29).
La Trecena se convierte en uno de los números más sagrados para los mayas
Son 13 los períodos de 400 años –los 13 Bak’Tun Oob– que determinan el intervalo que mide su Cuenta Larga. Marcan la llegada del día 13.0.0.0.0. –el día del Alfa y el Omega del 2012– cuando llegamos al punto intermedio del Gran Ciclo Cósmico, 5.200 años mayas (13×400) después de la fecha en que sus antepasados olmecas llegaron al nuevo mundo para dar origen a su civilización. También 13, son los principios que ordenan su realidad; 13 sagrados arquetipos que representan a 13 distintas jerarquías y estados de ser, en los 13 niveles que tiene el cielo en su visión del Universo. Las 13 divinas esencias, las Ox’La’Hun Ti K’uh, las “13 de Dios”. Gradaciones sucesivas de una substancia cada vez más etérea y poderosa. También son 13 las articulaciones principales del hombre: una en el cuello, dos en los hombros, dos en los codos, dos en las muñecas, dos en las caderas, dos en las rodillas y dos en los tobillos.
Por otro lado, 12 esferas agrupadas alrededor de una esfera central, conforman un grupo de 13, que es la forma tridimensional más compacta que existe en la naturaleza y en el universo. El 13 es también el séptimo número en la Progresión Matemática Divina (0,1,1,3,5,8,13…), la cual le imprime a todo lo que existe en este universo, la marca de “Hecho por Dios”.
Sin embargo, hoy se cree que el 13 es un número de mala suerte. Pero, ¿cómo pudo un número sagrado llegar a convertirse en un símbolo de mala suerte? El número 13 era reconocido por la orden de los Caballeros Templarios como parte esencial de la geometría y de las progresiones matemáticas sagradas, como el reflejo de un patrón de orden que se manifestaba claramente en el hombre, en la naturaleza y en el cosmos. Más aún, el viernes 13 era un día doblemente sagrado para los Templarios. Fue por eso que Felipe IV de Francia, el Rey de hierro, y el papa Clemente V, designaron ese día para apresar a sus miembros y destruir a la orden. El viernes 13 de octubre de 1307 comenzó a recordarse como una fecha negra que se extendió a todos los viernes 13. A partir de ese momento, poseer las cartas del Tarot que contenían la sabiduría Templaria, se convirtió en una herejía. Curiosamente, la carta 13 del Tarot es la carta de la muerte; la que simboliza el final de un ciclo, el momento del renacimiento y de la gran transformación. A pesar de la persecución desatada, la baraja de cartas actual ha sobrevivido como una reminiscencia del Tarot Templario y por ello tiene 52 cartas: 13 corazones rojos, 13 corazones negros, 13 diamantes y 13 tréboles. El número 13 fue entonces demonizado por su pasado sagrado, mágico, hermético y profano; por su misterioso y evidente poder.
La necesidad de unir la vida del hombre a los ciclos del cosmos y de comprender la mecánica de los astros, dio lugar al Tzol’Kin, que significa “El orden de los días”. Su nombre resulta de la unión de dos vocablos, Tzol que significa orden y Kin que significa día. Un calendario sagrado que fue el centro de su civilización, puesto que todo giraba a su alrededor. A través del Tzol’Kin los mayas conectaron su vida y su espacio sagrado al Sistema Solar y al Sistema Sideral. Gracias a este calendario, pudieron ponerse de acuerdo en qué día era y en el tipo de energía que éste poseía. Fue el centro de la consciencia de su civilización, la herramienta para guardar la memoria de lo que fue y el saber de lo que sería. Para diseñarlo combinaron los 20 Glifos Solares Sagrados –que encontraron en su estudio sobre el Sol– con la trecena; los números del 1 al 13 de su semana sagrada, intervalo que es un divisor común en los ciclos orbitales, de la Luna a la Tierra y de los planetas al Sol.
Los 20 Glifos Solares Sagrados eran la fibra vertical que tejía la realidad maya. Mostraban el fluir de las influencias arquetípicas que llegaban a su mente. Las 20 trecenas mayas, 20 secuencias de números del 1 al 13, conformaban la fibra horizontal del tejido de su realidad. Relacionaban los ciclos concatenados de todo lo que existe, con sus vidas. Los 13 niveles horizontales definían la matriz del telar del tiempo y representaban las frecuencias de la luz.
Los 20 Arquetipos Solares develan las características de cada día
Los 20 Glifos Solares que utilizaron en el Tzol’Kin eran arquetipos que ayudaban a la mente a diferenciar los días. Eran componentes gráficos, glifos y símbolos universales que resonaban con su cultura. La intuición de sus sacerdotes los extrajo del inconsciente colectivo –del absoluto del que surgen todos los temas de la vida– para que formaran parte de sus mitos, de sus rituales y de sus calendarios. Con solo observarlos su pueblo recibía directamente en su mente –como una inspiración sagrada– la información sobre las energías y los principios que ordenan la realidad. De esta manera los glifos en los calendarios comunicaban qué influencias recibía cada día; las cualidades que tendría, los estados de Ser que potenciaría. A través de estos glifos y códigos ordenaron y clasificaron las cualidades de cada día, lo que les permitió programar y organizar las actividades de su vida para que todo fluyera, alineado y en sincronía con el universo entero. Fue así como acumularon una gran sabiduría, como encontraron que el Sol, el cosmos y las jerarquías del universo determinan ciclos en la vida del hombre, estados de ser que inducen la evolución de su consciencia. Conocimientos que utilizaron de una manera práctica para mantener su paz interior y generar bienestar en su comunidad.
7 niveles verticales definían tridimensionalmente la frecuencia vibratoria de los días en octavas de frecuencia vibratoria.
El Tzol’Kin ordena el paso del tiempo en secuencias de 260 días para sincronizar la vida con el Cosmos
El mínimo común múltiplo de 13 y 20 es 260 que resulta ser el intervalo medido por el Tzol’Kin. Estos 260 días conformaron un tejido que resonaba de distintas maneras con el cuerpo etérico de los hombres. Ninguna otra civilización sobre la Tierra produjo un calendario similar que registrara ciclos repetitivos de 260 días, ni que se interesara por comprender cómo la energía y la información que se recibe día a día sobre la Tierra, afectan la realidad. Es un hecho evidente que el Sol, la Luna, los planetas y las estrellas –desde distintas posiciones en las dimensiones superiores– dirigen cada día su energía, su influencia y su información hacia la Tierra. Esto le imprime características energéticas distintas a cada día y el Tzol’Kin gráficaba estas características particulares. La percepción de los ciclos cósmicos repetitivos y las secuencias de la naturaleza es lo que da la sensación del transcurrir del tiempo. Los mayas encontraron que estas repeticiones están rítmicamente espaciadas, de acuerdo a la relación constante entre los números 13 y 20. Es por eso que la relación 13:20 fue la base para el diseño del “Tejido de los días”. El Tzol’Kin tiene 260 días. El Gran Ciclo Cósmico dura 26.000 años. La distancia del Sistema Solar al centro de la Galaxia es de 26.000 años luz. Una órbita del Sistema Solar tarda 260 millones de años. Cifras que son todas fractales del número 26 (2×13) y de 260 (20×13), el utilizado por el Tzol’Kin. Pertenecen a un mismo orden que se repite a distintas escalas, en el que cada una de sus partes es proporcional a todas las demás y conserva fielmente las mismas características esenciales. Esto demuestra la calidad de la información astronómica maya. Al modelar gráficamente esa combinación matemática 13:20, en una sucesión de trecenas y de veintenas, lograron que la mente del hombre se relacionara con los ciclos de la naturaleza. A cada día del calendario le corresponde un Glifo y uno de 13 números, con los cuales diferenciaban entre sí a los 260 días.
El Tzol’Kin destaca 52 días especiales que conforman una doble helix
Una quinta parte de los 260 días tienen energías especiales (260/5= 52), generadas por la relación armónica entre la Luna, el Sol y los planetas. El Tzol’Kin destaca estos 52 días en los que los mayas realizaban ceremonias de conexión con el cosmos. Curiosamente estos días se ven como una Doble Helix en el “Tejido del Tiempo”, una forma de orden muy especial en el universo, tan trascendente como la creada por el Sol en el Analema. Las Proporciones Geométricas Sagradas determinan la existencia de relaciones armónicas, de posiciones en el espacio en que los planetas producen resonancias e interferencias destructivas y constructivas en la energía emanada por el Sol y las constelaciones de estrellas. Relaciones de oposición lineal (cuando dos Planetas están a 180º entre sí); de cuadrados perfectos conformados entre dos o más entidades (cuando dos planetas se encuentran a 90º el uno del otro); cruces (dos parejas de planetas en oposición perfecta) y trinos (tres planetas formando un triángulo equilátero). Una muestra visible y evidente de lo que generan estas posiciones armónicas, la dan la relación que producen el Sol, la Luna y la Tierra. Sus posiciones determinan las fases de la Luna, los eclipses y los movimientos de líquidos como las mareas y la savia de las plantas.
Los 52 días especiales del Tzol’Kin funcionan matemáticamente como una especie de cuadrado mágico. La suma de los números –del 1 al 13 que identifican a cada día– en las esquinas de cada uno de los 7 niveles que conforman la doble helix, dan siempre 28.
El Tzol’Kin puede graficarse como una matriz tridimensional de 7 niveles
El Tzol’Kin también registraba en 7 octavas las variaciones de frecuencia en la energía de los días. Gradación que podemos encontrar al graficarlo como una matriz tridimensional de 7 niveles. Uno por cada color –de los 7 en los que se descompone la luz– los cuales estructuran el orden en el Universo. Las 7 octavas ordenan verticalmente las distintas longitudes de onda en que vibra la energía y determinan los rangos de sus cambios de estado y densidad. ElTzol’Kin ordena todo lo que existe en rangos dimensionales que van desde lo más denso a lo más sutil. Una dimensión es un rango definido de frecuencias en las que vibra la energía y por donde se mueve un cierto tipo de información. Es la combinación de información y energía lo que genera los distintos seres, estados, o planos de existencia en el Universo. Dependiendo de su frecuencia vibratoria, la energía porta información más o menos poderosa, lo cual también aumenta o disminuye su área de influencia. El Tzol’Kin crea una consciencia matemática, ordenada y cíclica, que permitió a los mayas salir de la ignorancia. Basándose en lo conocido lograron predecir lo desconocido, definir momentos en los que el cambio es previsible y explicable.
Utilizaron el Tzol’Kin para sincronizarse con las órbitas de Mercurio, Marte, Venus y Júpiter
Con el Tzol’Kin podían seguir los movimientos concatenados de todos los astros y podían detectar sus posiciones armónicas con exactitud asombrosa. El Tzol’Kin completa 9 giros exactos mientras Mercurio le da 20 órbitas al Sol (9X260= 2.340, 20×117 =2.340). Simultáneamente Marte realiza 3 órbitas al Sol (3×780=2.340) y Venus lo orbita 4 veces (4X585=2.340). Intervalo que también equivale a a 180 semanas mayas (180×13 =2.340). Mientras el Tzol’Kin completa 20 giros (260×20=5200) Júpiter le da 13 órbitas al Sol (13×400=5200). Un Tzol’Kin y 1/4 deTzol’Kin + 52 días es igual a una órbita de Saturno (260+65+52=377). Hoy sabemos que, inclusive las órbitas de Urano y Neptuno, se hubieran podido registrar en el Tzol’Kin.
El día del nacimiento y el Tzol’Kin revelan el destino
Al estudiar durante cientos de años las características de cada día, lograron comprender qué tipo de influencias éstas ejercen y –más importante aún– aprendieron a utilizar esa información para develar el destino que cada ser humano viene a experimentar en la vida. Los sacerdotes mayas encontraron que los atributos del día del nacimiento, revelan la misión que le corresponde a quien nace, en la vida que comienza. Las energías presentes ese día revelan las características de la personalidad que habrá de desarrollar; el tipo de relaciones que establecerá; el estado de salud que tendrá y el tipo de trabajo que viene a desempeñar. Saber esto era una ayuda invaluable para que cada individuo fluyera fácilmente con las correspondencias de aprendizaje que su destino le marcaba. Correspondencias que decidió tener en esta vida –antes de encarnar– para obtener comprensiones sobre el orden y sobre lo que es verdad en el universo, a través de experiencias en carne propia. Consideraban esta información tan exacta, que cada maya recibía por nombre, el del día en que nacía. De esta manera todos sabían con quién estaban tratando; cómo pensaba la persona y cuál era el propósito de su presente encarnación. Los mayas creían que, como seres espirituales, escogemos el día en el cual nacemos, para que las posiciones de los astros en ese momento, le impriman a nuestra alma las características de identidad y de Ego que queremos experimentar en esta vida. Elegimos ese día para que sus energías e influencias estén de acuerdo con nuestras intenciones de aprendizaje y con el destino que escogimos para esta encarnación. El sacerdote, al estudiar en el Tzol’Kin, la fecha de nacimiento del recién nacido, encontraba las características de ese día, además de el tipo de energías que estuvieron presentes durante toda su gestación. De inmediato, sabía que el alma había entrado como un impulso vital a la matriz de la madre –para dar comienzo a la gestación de los cuerpos físico, etérico, astral y mental– en uno de los 13 días previos a los 260 días del embarazo. Un giro del Tzol’Kin es también el intervalo exacto que toma la gestación de un ser humano (260/9= 28.88 días). Con la información que encontraba, el sacerdote podía saber qué tipo de destino tenía más probabilidades de experimentar la criatura. Al llevar el nombre del día que resumía esta información, el niño recibía una ayuda invaluable para tomar consciencia de lo que se había propuesto venir a aprender en esta encarnación. Las características del día de su nacimiento y de los días de su gestación, determinaban su personalidad, su carácter y su temperamento. Develaban los talentos, dones y atributos potenciales que cada ser traía consigo. Aquellos que había adquirido como comprensiones en vidas anteriores, los cuales también eran un indicio, del nivel de su consciencia y del número de veces que había reencarnado. Todo ello quedaba grabado en su alma, a través de estas energías, para que correspondiera con el propósito cósmico escogido por su espíritu en cada existencia.
La fecha del nacimiento también le develaba los Eventos de Destino, las experiencias difíciles que tenían grandes probabilidades de suceder en su vida, aquellas que necesitaba para potenciar la evolución de su consciencia. El nacimiento, por lo tanto, no sucedía por casualidad; “coincidía” con un escenario cósmico único dentro del espacio sagrado maya. Con una disposición planetaria particular que incidiría en las cualidades y reflejaría las características psicológicas de quien nacía en ese momento.
Más recientemente, Jung plantearía un concepto similar, el cual ha sido confirmado por muchos astrólogos. Los grandes cambios que ha experimentado la humanidad en todos los tiempos, están íntimamente relacionados con una serie de configuraciones armónicas galácticas. Tal y como sucedió cuando una corriente espiritual –generada por una relación astral armónica– dio lugar a los nacimientos de Buda, Lao Tsé y Confucio; lo mismo aconteció con Jesucristo y el cristianismo; con la revolución del pensamiento que generó Copérnico o la que estamos experimentando en estos tiempos con el nuevo paradigma cuántico. Los mayas ya habían encontrado esto muchos siglos atrás y de ese conocimiento surgieron sus profecías para nuestro tiempo.
El Tzol’Kin es un Calendario tanto Sagrado como científico. Sagrado, porque permitió conocer y anticipar la acción de las fuerzas sobrenaturales que rigen el Universo y la manera como ayudan a determinar el destino de los seres humanos. Científico, porque fue modelado por las relaciones numéricas entre las órbitas planetarias y las posiciones estelares y galácticas. Por eso facilitaba el cálculo de las posiciones exactas de los astros en el espacio y de sus relaciones armónicas para convertirlas en fechas precisas e información trascendental para los seres humanos. Al usarlo, en combinación con otros calendarios como el Uc de la Luna y el Haab del Sol, los mayas encontraron información muy precisa y totalmente verificable sobre la vida de los hombres.
El Tzol’Kin fue el resultado del registro sistemático de eventos astronómicos recurrentes durante largos períodos de tiempo. Al estudiarlos los científicos, astrónomos y sacerdotes mayas –líderes de su comunidad– diseñaron un modelo asombroso por su exactitud y trascendencia. “Fue gracias al Tzol’Kin que encontraron “El Tiempo del No–Tiempo”; el período de cambio intenso y veloz que actualmente experimentamos; el cual nos permite a todos nosotros, aquí y ahora emprender un nuevo comienzo, en una nueva frecuencia, dentro de este corto período transformador que se repite cíclicamente y que es parte esencial del Gran Ciclo Cósmico. Con sus estudios del Sol –en los intervalos de luz de cada día– develaron el orden de la escala terrestre. Con sus estudios de la Luna y de los planetas –en el intervalo de oscuridad de cada día– develaron el orden en la escala del Sistema Solar y su relación con el Destino menor de los seres humanos, el cual corresponde a su vida presente.
En nuestra próxima entrega, veremos cómo su estudio de las estrellas aclaró su relación con el Universo entero y develó el orden del Destino Mayor, la sucesión de vidas que un ser humano debe experimentar para auto–transformarse hasta llegar a la iluminación.