Los mayas encontraron que la realidad se ajusta a un Orden Supremo
El profundo estudio que los mayas hicieron del Sol les permitió develar la existencia de un Orden Sagrado, un orden causal inherente a la realidad en la que existimos. Esta comprensión es su más importante legado, más aún para el hombre actual, para el que nada es sagrado, para quien lo único que existe es la materia que puede ver y tocar. Los mayas encontraron que ese orden controla el comportamiento de la naturaleza, la manera secuencial como se manifiestan las fuerzas elementales; la luz y el calor, el viento y el agua. Todos los fenómenos naturales que le dan continuidad a la vida, se ajustan a ese Orden Supremo; los eventos que determinan la manifestación del instante inmediato, los acontecimientos cíclicos a los que se acostumbra nuestra mente, aquellos que nos permiten esperar sin angustias las transformaciones dinámicas del Universo.
También los eventos súbitos generados por la naturaleza –Eventos de Destino inesperados– que cambian la vida del individuo y de la colectividad, forman parte de este Orden. Las tempestades, los tornados, los huracanes, los terremotos y las erupciones volcánicas –eventos aparentemente caóticos– también forman parte de este orden; sólo que –por su complejidad– pertenecen a una escala mayor, por lo tanto más difícil de percibir. Este Orden causal genera cambios inesperados y transformaciones en la realidad física, para potenciar cambios en la mente e impulsar la evolución del espíritu y de la consciencia del hombre.
El hombre actual –convencido de su autosuficiencia por la gran capacidad de manipulación y control que ha adquirido sobre la naturaleza– cree en cambio que la vida y la consciencia son el resultado de un accidente; que el Universo es un mecanismo sin propósito y sin destino; que sólo él –y por casualidad– tiene consciencia e inteligencia. La naturaleza es vista sólo como un recurso material; minerales para explotar, animales para comer, agua para generar electricidad o para irrigar los cultivos necesarios para sobrevivir. No son parte de una unidad fundamental, de un todo coherente y consciente que trabaja con nosotros para potenciar la evolución colectiva. Esta visión arrogante se ensombrece aún más con la concepción de que el momento actual es superior a todo momento pasado y que la naturaleza sólo existe para satisfacer nuestro egoísmo. Esta arrogancia ha empobrecido espiritualmente nuestra sociedad; nos tiene consumidos en una existencia angustiada, sin propósitos claros, y ha generado la crisis ecológica que experimentamos.
Los mayas creían que este orden invisible –que sólo puede ser visto a través de la inteligencia de la razón o con la sensibilidad de la intuición– es el sustento, la base que fundamenta nuestro libre albedrío. Existe para que experimentemos en carne propia y secuencialmente esos eventos, para que al decidir cómo actuar ante ellos, obtengamos resultados en nuestra vida. Si analizamos cuidadosamente qué tipo de resultados generan nuestras decisiones, obtenemos comprensión sobre ese mismo orden y la sabiduría necesaria para generar armonía y mantener nuestra paz interior. No creían que el hombre debía actuar como un títere, ciñéndose a un libreto escrito por un ser superior, sobre el cual no tenemos ninguna responsabilidad. El orden no presupone un determinismo rígido; existe para permitirnos manifestar libremente nuestra esencia, para dar lugar a una eterna manifestación de diversidad e individualidad. Curiosamente este pensamiento coincide con las conclusiones de la Física Cuántica, en las que aquello que va a suceder no se puede determinar exactamente, sólo podemos conocer sus probabilidades de manifestación. Las decisiones de la consciencia colectiva determinan lo que sucede en el instante siguiente, pero siempre pueden sobrevenir sorpresas en el último momento. Para los mayas esto sucede porque El Todo responde al consenso. El ser supremo que entre todos conformamos –esa portentosa inteligencia que tiene un infinito poder y una absoluta sabiduría– pliega su voluntad y tan sólo observa desde la neutralidad de su amor. Tolera y respeta nuestras decisiones y las experiencias que éstas nos producen, mientras vamos aprendiendo a ajustar nuestro albedrío a un orden que garantiza nuestra evolución y nos conduce a la felicidad.
Los astrónomos mayas utilizaron diversos instrumentos para registrar, medir, comparar, verificar y comprender los movimientos del Sol; para cuantificar la cantidad de energía que irradia, para develar el orden del cual es parte y principal generador. Un orden trascendente que esperaba ser descubierto y admirado por la inteligencia del hombre. Los suyos eran instrumentos solares que podríamos llamar de alta tecnología, pero muy sencillos e ingeniosos, gracias a los cuales lograron esa fascinante exactitud en sus calendarios. Instrumentos que eran utilizados en secreto por los Ahaw Kin Oob –sacerdotes dedicados a la astronomía y a las matemáticas– para obtener un conocimiento hermético del cual se derivaba gran parte de su poder.
EL GNOMON, UN SENCILLO INSTRUMENTO CON EL QUE ENCONTRARON LA ORIENTACIÓN DEL ESPACIO SAGRADO
El primero de sus instrumentos fue el gnomón. Se trataba de una estaca o de una vara larga cuya sombra iba formando un mandala sagrado. Un círculo con radios graduados y ajustados a los movimientos del Sol en el cielo durante todo el año. Las marcas establecidas eran usadas posteriormente para medir el transcurso del intervalo de luz de cada día y para orientar de manera muy precisa su arquitectura. Al salir el Sol, la larga vara proyectaba una sombra que cruzaba el círculo a su alrededor en un punto. Lo mismo ocurría al atardecer, momentos antes de ponerse el Sol. Al trazar una recta entre esos dos puntos sobre el círculo se obtenía un eje Este-Oeste, la proyección del arco por el cual se había movido el sol en ese día. Al repetir este ejercicio todos los días del año, confirmaron la posición de las cuatro esquinas del espacio sagrado maya: los extremos izquierdo y derecho de los solsticios; el verdadero eje Este-Oeste que se marca de manera muy precisa el día de los equinoccios, que al dibujarle una perpendicular permitía encontrar el eje Norte-Sur; y con éste, los cuatro puntos cardinales con los que orientaban sus ciudades. Puntos que las relacionaban al orden cósmico, generado por el Sol en esta escala de la realidad.
De la utilización de este sencillo instrumento derivaron el primer componente del Orden Supremo en el espacio: su sagrada orientación. La asociaron a sus 4 colores sagrados –rojo, blanco, negro y amarillo– con los que crearon una secuencia ininterrumpida para comenzar a develar las características individuales de cada día. Los mayas creían que los días eran entidades conscientes, espíritus inteligentes que influían en la mente del hombre propiciando conductas individuales y colectivas. También comprobaron su influencia sobre la naturaleza, como cambios en los vientos y en las lluvias, e incrementos o disminuciones de los vórtices ascendentes de energía telúrica en los sitios de poder sobre los cuales construyeron sus templos y pirámides. Sus 4 colores sagrados representaban muchos principios de orden que actuaban simultáneamente: los 4 puntos cardinales, las 4 esquinas de un cuadrado perfecto, la cubierta del cubo poliédrico que da forma al mundo material. También representaban a los 4 tipos de energía –que llamaron los 4 K’uh’Ul Oob–, las esencias divinas que surgen del centro del Universo: lo masculino y lo femenino, lo positivo y lo negativo. Aquellas que daban lugar a los 4 grados de libertad que puede adoptar la energía al condensarse en materia: lo caliente y su opuesto lo frío, lo húmedo y su opuesto lo seco. Los que, a su vez, dan lugar a los 4 elementos de la naturaleza: el fuego y el aire, que son principios activos; el agua y la tierra, que son principios pasivos. Los mayas usaron sus 4 colores sagrados para representar todos estos conceptos que describen la intensidad y el tipo de energía que llega al espacio del hombre.
El primer color es el Rojo, que representa al Este. El amanecer, el comienzo del día, cuando la energía que impulsa todos los procesos transformadores es creciente. La primavera. La siembra. Lo seco, el fuego y la Tierra. El segundo color es el Blanco, que representa al Norte. El mediodía, el clímax, la máxima intensidad de la energía. El verano. Las flores. Lo caliente, el aire y el fuego. El tercer color es el Negro, que representa al Oeste. El atardecer, cuando cesa la energía que impulsaba todos los procesos. Los frutos. El otoño. Lo húmedo, el aire y el agua. El cuarto color es el Amarillo, que representa al Sur. La noche. Cuando el sistema entra en receso para vitalizar la semilla del siguiente ciclo. Lo frío, el agua y la tierra. De todo lo anterior surge el glifo, imagen con la cual los mayas representaron al Sol, una flor de 4 pétalos de la que salen 4 estelas de energía en dirección a la Tierra. Las llamaron Kan Xtab Ka’ An, las “cuatro cuerdas del cielo”. Irradian hacia las cuatro direcciones cardinales, dando lugar a las cuatro esquinas del espacio sagrado maya.
LAS CAVERNAS, OBSERVATORIOS CENITALES QUE UTILIZARON PARA MEDIR LA DURACIÓN DEL AÑO SOLAR
El segundo instrumento fue una tecnología heredada de los olmecas. Se trata de una caverna acondicionada como observatorio para registrar y medir el paso cíclico por el cenit del Mayab. En el Solsticio de verano, el Sol sale por el punto máximo al Noreste del horizonte terrestre. Al mediodía ocupa un punto en el cenit sobre una línea imaginaria –paralela al ecuador, 23,5º más arriba– que llamamos el Trópico de Cáncer. En ese momento sus rayos caen verticalmente sobre esa línea imaginaria. Los mayas ubicaron sus ciudades entre los 15º y los 23,5º de latitud norte, por lo que podían observar el Sol al mediodía en el cenit sobre sus cabezas, cuando las sombras que produce se encuentran bajo los objetos y los pies del observador. Aprovechando esto, en algunos lugares de México y Guatemala los mayas horadaron una estrecha chimenea desde la bóveda de una caverna hasta la superficie exterior y la forraron con bloques de piedra cortada para darle una forma hexagonal de unos 25 cms de diámetro. Buscaban controlar la entrada cenital de la luz del Sol al interior de la caverna, para medir de manera precisa el tiempo que le tomaba pasar nuevamente por el mismo punto. En la boca exterior del ducto lumínico colocaron una lámina delgada de cobre con una pequeña perforación en forma de T. La hendidura permitía que un rayo muy estrecho de la luz del Sol –cuando estuviera en posición cenital directamente sobre la chimenea– iluminara una base de piedra que colocaban en el piso de la cueva. Sobre ésta marcaban la posición exacta del rayo de luz en el paso cenital del Sol y luego –año tras año– verificaban el momento en que el rayo volvía a iluminar la marca previamente hecha sobre la piedra. En la zona tropical del planeta, el Sol realiza dos pasos cenitales cada año –uno en el primer semestre y otro en el segundo–, en fechas que varían dependiendo de la latitud del lugar donde se encuentra la caverna. Los astrónomos contaron los días transcurridos entre los tres intervalos que generaban esos dos pasos cenitales del Sol en el año, cuando el rayo volvía a ocupar la misma posición sobre la marca en la base de piedra. Así lograron averiguar que la duración exacta del año solar era de 365 y un cuarto de día, exactamente 365,242203 días. Esta información aparece registrada en Palenque, en dos fechas talladas con una diferencia de 550.420 días entre sí. Cifra que guarda la correspondencia entre los 365 días del calendario que llamaban elHaab(que significa el “ciclo de las lluvias”) y el año solar. Cada 1.507 vueltas de la rueda delHaabequivalen a 1.508 años solares. (550.420/1508 = 365 y 550.420/1507 = 365,242203). Conocían entonces el intervalo exacto de la órbita de la Tierra alrededor del Sol; pero, para facilitar sus cuentas, prefirieron usar la medida del año maya de 360 días o elHaabde 365 días cuando necesitaban más precisión.
LOS ALTARES DE LASPIRÁMIDES, OBSERVATORIOS PARA REGISTRAR LOS MOVIMIENTOS DEL SOL CON PRECISIÓN
El tercer instrumento –el más maravilloso y preciso de todos con los que los sacerdotes mayas estudiaron el Sol– fue un desarrollo del principio usado en las cavernas para registrar los pasos cenitales. Construyeron los altares de sus pirámides a manera de instrumentos ópticos para el registro horizontal y secuencial de los movimientos anuales del Sol.
Esta información proviene de investigaciones y pruebas realizadas durante más de diez años en diferentes observatorios prehispánicos, por el ingeniero mexicano Jorge Alberto Báez. Sus pruebas le permitieron verificar que tanto olmecas, como mayas y aztecas utilizaron cavernas naturales y los altares de sus pirámides como instrumentos para medir de manera muy precisa los desplazamientos del Sol. Cuando nos encontramos en Colombia con el propósito de compartir información, construimos un observatorio solar en el que he podido reproducir la manera simple pero extraordinaria como los mayas registraron sus movimientos.http://kryon.com/orbs/orbs.html
El Sol al desplazar cada día su punto de salida en el horizonte, desplazaba el rayo de luz y movía el punto en el que tocaba la pared, formando el Analema.
Los Altares de las pirámides cumplían simultáneamente dos funciones, una religiosa y una científica. Construidos a considerable altura –sobre las copas de los árboles de la selva que los rodeaba–, estaban libres de obstáculos para recibir directamente los rayos del Sol. Dividieron el altar en dos espacios, ambos cubiertos por la típica bóveda maya de piedra. El primero era un espacio abierto, desde donde el Sumo sacerdote se dirigía al pueblo y a través del cual accedían al segundo espacio, un salón cerrado al cual sólo los astrónomos encargados de su funcionamiento, el Sumo sacerdote o el Rey podían entrar. La pared que separaba los dos espacios se orientaba hacia el Este. Casi siempre tenía una figura sagrada tallada en piedra y una puerta profusamente tallada en madera y adornada con un precioso dintel, que ocultaba el propósito científico de la cámara interior. Servía además para camuflar un pequeño círculo en lo alto y en su centro que tenía una lámina de cobre con un pequeño orificio en forma de T. La perforación permitía la entrada al salón en penumbra, de un rayo muy fino de luz que iluminaba con un punto redondo la superficie de la pared trasera. Los astrónomos marcaban, todos los días a la misma hora, el punto donde el rayo de luz tocaba la superficie blanca preparada en la pared. Utilizaban una clepsidra (un sencillo reloj de agua), una vasija de barro, con un orificio en la base de un tamaño adecuado para asegurar el goteo del líquido durante un intervalo de un día hacia otra vasija receptora, que a su vez goteaba hacia una tercera vasija. Esto les permitía utilizar el mismo intervalo todos los días, garantizando que siempre se registrara el rayo de Sol en el mismo momento. Como el Sol se desplazaba todos los días frente al horizonte por la órbita de la Tierra a su alrededor, el punto de luz se desplazaba cada día un poco sobre la pared. Al registrarlo de manera sistemática durante los 365 días del año, la sucesión de puntos conformaban una gráfica con la forma del signo infinito. La ciencia actual la conoce hoy como el Analema.
Foto tomada por Tunc Tezel
Hoy se puede tomar una fotografía compuesta del Analema. Se fija sobre un trípode una cámara dirigida hacia el este y se toman fotografías a intervalos fijos –cada día o cada semana– sin mover la cámara. Se puede lograr sobreimprimiendo sobre la foto anterior o tomando fotos independientes para luego unirlas en un programa de edición fotográfica como Photoshop. La foto resultante tendrá siempre la misma forma del Nº 8 que obtenían los mayas en su gráfica. La curva del Analema que representa el movimiento infinito o continuo del Sol frente al horizonte.
las 4 Estaciones Climáticas
El Analema develó el ciclo exacto formado por las cuatro esquinas del Sol. Los solsticios y los equinoccios que dan lugar a las 4 estaciones climáticas. También permitió encontrar exactamente los dos días del año en que el sol pasa al mediodía por el cenit –sobre la pirámide y sobre la caverna de observación– en esa latitud . Es el punto de cruce de la curva que conforma el signo de infinito.
Como resultado del registro sistemático del Sol en el Analema y su concordancia con eventos y fenómenos naturales, los mayas encontraron que el Sol varía la intensidad de su irradiación en períodos de 4 días; 2 en los que ésta se incrementa y 2 en los que decrece. Esto produce una ondulación energética que representaron con su secuencia ininterrumpida de 4 colores sagrados.
Secuencia de 18 meses de 20 días
Conformaron –con cinco de esos grupos menores de cuatro días– una secuencia mayor de 20 días que también registraron en el Analema. La concibieron de manera que cada día recibiera un número del 0 al 19, más uno de los 20 glifos solares (arquetipos o principios que influencian la mente del hombre y generan cambios en la naturaleza), los cuales añadían a la secuencia información sobre los procesos evolutivos que se podían experimentar durante esos 20 días. Fue así como crearon un nuevo patrón significativo y trascendente que contribuye a individualizar el espíritu de cada día. De la sucesión anterior surgieron los 18 glifos de los meses mayas de 20 días, otros arquetipos que a su vez le agregan información y las distintas características de un período mayor (el año maya) a cada día. Esto aporta grandes diferencias y potencialidades a esos 18 períodos por la posición que tiene el planeta en relación con el Sol en cada uno. La nueva secuencia de 18 meses contribuía con su información a determinar qué días inhibían o favorecían las distintas actividades que realizaba la comunidad, como la caza del venado, la apicultura, la siembra o el comercio.
Con el Analema también registraron las manchas solares y tormentas magnéticas más intensas. Éstas generan poderosos vientos solares que al llegar a la Tierra empujan su campo electromagnético, lo que a su vez mueve las placas tectónicas. Cuando esto pasaba, el punto donde tocaba el rayo del sol la pared del fondo se movía. Se salía del orden que llevaban los puntos anteriormente registrados. Se ha comprobado que cada 11 años en los picos de actividad de las manchas solares, aumentan los terremotos y las erupciones volcánicas. Las variaciones en el Analema facilitaban la predicción de su proximidad, lo que permitía que la comunidad se preparara. De manera similar estas manchas aumentan los infartos cardíacos y los ataques epilépticos en el hombre, por lo que había que extremar los cuidados con las personas que tuvieran esas condiciones durante esos períodos. Las cámaras horizontales de observación solar en los altares también les sirvieron para determinar de manera muy precisa cuándo sucederían los eclipses e inclusive las fases de la Luna.
LASPIRÁMIDESERAN PUNTOS FOCALES PARA OBSERVAR EL SOL Y DEVELAR CÓMO SE AJUSTA EL ESPACIO A PROPORCIONES SAGRADAS
Las pirámides que construyeron eran entonces sofisticados instrumentos científicos. Los astrónomos mayas utilizaron su Templo Máximo –la pirámide principal de sus más importantes ciudades estado– como punto focal para observar, registrar y construir a su alrededor un espacio sagrado desde el cual estudiaron el Sol. Buscaban construir un modelo mental que les permitiera comprender cómo funcionaba el Universo. Ese punto focal era el centro de varias esferas que operaban a distintas escalas. De esta manera verificaron la existencia de un orden escalar. Un patrón irregular, no simétrico, que se repetía a distintas escalas, en el que cada una de sus partes era proporcional a todas las demás y conservaba fielmente sus mismas características esenciales.
Hoy llamamos un fractal a ese tipo de orden escalar. El modelo del Universo maya estaba modelado y organizado por fractales. Ellos confirmaron la existencia de unas Proporciones Geométricas Divinas que condicionan las formas y que son constantes en múltiples escalas de la realidad. Esta repetición genera patrones similares y recurrentes a distintas escalas. Un Orden Supremo que genera un enorme espacio sagrado en cuyo interior anida todo lo que existe. En donde se conecta lo micro con lo macro, la tierra con el cielo, el hombre con El Todo. Un orden fractal que permite establecer correspondencias entre lo que está Arriba y lo que está Abajo; entre lo sutil y lo denso en la escala vertical de la realidad. Un orden espacial que también es jerárquico. Donde lo de arriba, lo sutil, determina lo de abajo, lo denso.
Sólo tres códices sobrevivieron la quema realizada por el fraile Diego de Landa en Yucatán, en la que se perdieron miles de documentos mayas. Curiosamente los tres constituyen la prueba de sus conocimientos astronómicos. El Códice Dresde, el “Kumatzim Wuj Jun”–como lo llamaban los mayas– contiene cálculos que relacionan los movimientos de la Luna, el Sol y la Tierra. Es una banda de papel pintada por las dos caras, fabricada con fibras de la corteza de la higuera. Tiene 78 secciones de 8,5 x 20,5 cms. Desplegado mide 3,5 metros de largo. Las tablas astronómicas inscritas demuestran que sabían que la Luna orbitaba la Tierra y que en ese recorrido se interponía cíclicamente entre ésta y el Sol, eclipsando sus rayos. También sabían que la Tierra eclipsaba cíclicamente la Luna llena, porque esos mismos códices relacionan eclipses solares y lunares, con ceremonias a sus divinidades y con los ciclos de lluvias. El Códice Dresde demuestra cómo se dedicaron –desde lo alto de sus pirámides– a diferenciar y a individualizar cada día del año. A determinar el tipo y la cantidad de energías que recibía la Tierra cada día, estudiando la posición de las distintas fuentes que la irradian y su relación con el planeta.
UTILIZARON EL DÍA DEL EQUINOCCIO COMO UN PUNTO DE REFERENCIA TEMPORAL PARA DEVELAR LOS CICLOS QUE DETERMINA EL ORDEN SUPREMO
De manera similar, utilizaron el día del equinoccio de primavera en el Hemisferio Norte –el día en que el intervalo de oscuridad es igual al intervalo de luz– como un punto de referencia temporal.Durante siglos, en ese mismo día, año tras año, observaron y registraron desde lo alto de sus pirámides los movimientos de los astros. Simultáneamente estudiaron la manera como sus energías afectaban las fuerzas elementales como el viento y la lluvia, generando transformaciones en toda la naturaleza, en la mente y en la vida cotidiana del hombre. Gracias a este punto de referencia temporal, lograron develar innumerables ciclos. Ciclos generados por los movimientos concatenados de las principales fuentes de energía en el cosmos. Ellos las veían como divinidades encarnadas en astros; como arquetipos; principios de orden o jerarquías universales, que ejercían su influencia ordenadora sobre las características de personalidad y sobre las vidas de los hombres. Todo esto, mientras reencarnaban en una Tierra que gira sobre su eje, que órbita al Sol y que precede hacia las constelaciones de estrellas. Ciclos energéticos e influencias de procedencia sagrada que inducen eventos repetitivos en múltiples escalas. Los Intervalos revelan que no sólo el Espacio se ajusta a una Proporción Geométrica Divina. También el Tiempo se ajusta a una Progresión Matemática Sagrada, conformando entre ambos –espacio y tiempo– un Orden Sagrado, que determina cuándo tienen lugar la sucesión de eventos que inciden en la consciencia del hombre.
Los mayas encontraron que la realidad tiene una unidad y una coherencia extraordinarias, que existen correspondencias entre los movimientos de los planetas y los eventos que les suceden a los hombres. Que los astros ejercen influencia sobre nuestros estados de ser y nuestras actitudes. Las relaciones geométricas sagradas y las progresiones matemáticas divinas generan sincronicidades entre todo lo que existe en un Universo dinámico. Conectan y correlacionan lo de arriba con lo de abajo. El Cosmos y la naturaleza, son presencias espirituales que se unen para potenciar la evolución de nuestra consciencia. Todo está interconectado, alerta y despierto, con el mismo propósito inteligente. Los sacerdotes y filósofos mayas consideraban que el propósito del Orden Supremo era garantizar un proceso eterno: la evolución de la consciencia de una infinita sucesión de entidades inocentes, que encarnamos en el Universo para aprender sobre lo que es verdad; para obtener comprensiones –a través de experiencias en carne propia– sobre el amor; la esencia divina que permite la manifestación de la diversidad. De esta manera, a través nuestro –de los miles de millones de millones de seres únicos y originales que existimos y que han existido, en miles de millones de planetas y realidades paralelas– El Todo manifiesta su enorme potencialidad y extrae comprensiones sobre su propia esencia. Verdades que atesora en su memoria –a la cual llamamos los registros Akazikos– mientras observa neutro e imparcial las creaciones que experimentamos y la manera en que libremente nos autotransformamos en seres cada vez más sabios, más humildes, más respetuosos y amorosos.
LOS 20 GLIFOS SOLARES SAGRADOS MAYAS, ARQUETIPOS QUE ILUMINAN LA REALIDAD
Imix o Imox es el día en que la unidad da origen a la diversidad de espíritus. Cuando los procesos evolutivos comienzan
VERIFICARON QUE LA IRRADIACIÓN DEL SOL CAUSA EL CLIMA, LA LLUVIA Y LOS VIENTOS
Los mayas verificaron que el Sol –al ser la principal fuente de energía que recibe nuestro planeta–, además de ser la causa de todos los fenómenos naturales, el sustentador de la vida sobre la Tierra, es el generador del orden espacial y temporal, en múltiples escalas de la realidad. La radiación del Sol no es constante; por ello estudiarlo, registrar los cambios en la cantidad de energía que irradia y los efectos que estos cambios producen sobre la Tierra, no fue sólo una inquietud filosófica y religiosa para los mayas, sino una necesidad esencial para su supervivencia. Su alimentación, los cultivos que tenían, los animales que cazaban, dependían de su energía. El Señor de la luz –Kin’Ich Ahaw, como lo llamaban– es el principal generador de los ciclos que afectan a la naturaleza y a la consciencia del hombre. Su luz da forma y sustento a la vida. Las plantas la absorben y la transmutan a través de la fotosíntesis y la fijan como energía química en las sustancias de su organismo. Los animales y los hombres, a través de su proceso digestivo, las transforman en ácido carbónico y agua, liberando la misma energía absorbida por la fotosíntesis para el funcionamiento de su cuerpo.
Saber de qué manera las posiciones relativas de la Tierra, la Luna y el Sol determinan variaciones en esa energía, fue motivo de una investigación que ocupó a sus sacerdotes durante muchas generaciones. El Códice Madrid –el más largo de todos– tiene 115 secciones y desplegado mide 6,80 metros. Tiene tablas con las fechas adecuadas para las ceremonias en honor a la Luna y a Chaak, la divinidad de la lluvia. Confirma los períodos de lluvias en el año; un conocimiento esencial para la siembra y para el desarrollo adecuado de los cultivos.
Sus estudios del Sol develaron un orden que se manifiesta en los calendarios que diseñaron, los más precisos de civilización alguna sobre la Tierra. La energía que irradia el Sol hacia la Tierra –esencialmente la cantidad de luz visible y de rayos infrarrojos que calientan la superficie del planeta– es lo que determina fundamentalmente el clima de una región. Su posición geográfica define qué cantidad de esta energía puede recibir anualmente. Entre más cerca del Ecuador, más irradiación solar recibe y la zona será más cálida y tropical. En las regiones más cercanas al Ecuador –entre los 10º de latitud Norte y Sur– no hay sino dos estaciones, una seca y otra de lluvias; el rango de la energía que recibe se mantiene casi constante durante todo el año. La Tierra rota sobre un eje inclinado mientras realiza una órbita elíptica alrededor del Sol. Esto hace que el Hemisferio Norte y el Hemisferio Sur se acerquen o se alejen del Sol, por lo que la cantidad de irradiación que reciben varía. En el hemisferio que se inclina hacia el Sol, tiene lugar el verano porque recibe más luz y calor, lo que hace que haya días más largos y noches más cortas. Mientras tanto, en el otro hemisferio, que recibe menos energía, sucede el invierno; los días son más cortos y las noches más largas. La irradiación del Sol –la cantidad de energía solar recibida por la superficie de la Tierra– determina el clima, la generación de vientos en la atmósfera y de nubes en el cielo. Por lo tanto el Sol define la cantidad de lluvia que se produce. La irradiación solar evapora el agua del suelo al calentar la superficie de la Tierra, lo que a su vez calienta el aire en la atmósfera. El aire húmedo y caliente es más liviano –menos denso que el que lo rodea–, por lo cual tiende a subir. Al hacerlo, se expande, puesto que a mayor altura es menor la presión atmosférica. Al expandirse se enfría y el vapor de agua que porta se condensa en pequeñas gotas de agua o cristales de hielo, los cuales se agrupan formando nubes. Eventualmente esta condensación se vuelve muy pesada y cae a tierra como lluvia o nieve, dependiendo de la temperatura de la atmósfera. Quiere decir entonces que el ciclo de lluvias también es producido por el Sol.
A medida que el aire caliente asciende, el aire frío ocupa su lugar, lo cual genera los vientos alrededor del mundo. Los vientos son aire en movimiento ocasionado por la irradiación del Sol y por el efecto “Coriolis”, que afecta a todo lo que se mueva sobre la superficie del planeta. La rotación de la Tierra –de izquierda a derecha– empuja el viento hacia la derecha en el Hemisferio Norte y hacia la izquierda en el Hemisferio Sur. Este es el efecto que llamamos “Coriolis” por su descubridor Gaspard-Gustave Coriolis.
Para los mayas los vientos eran una muestra poderosa de la relación de Chaak –divinidad del agua y del viento– con el Sol. Chaak manifestaba la niebla, las nubes, el trueno, el relámpago, la lluvia y la tormenta. Encarnaba en los lagos, los ríos y los mares. Activado por el Sol, Chaak lloraba y de sus grandes ojos brotaba la lluvia –su Itz o esencia– en forma de lágrimas. Cuando Chaak respiraba, su aliento exhalaba el gran espíritu del viento, desde las mismas cuatro esquinas del Universo por donde aparecen los solsticios y los equinoccios. A los vientos los llamaban Ik, palabra que también significa espíritu y aliento. Había vientos benévolos, como el viento cálido del Este y el poderoso viento del Norte. También había otros malévolos, como el helado viento del oeste y el viento húmedo del Sur. En ocasiones, activado por el Sol, Chaak hacía que los vientos y las lluvias se convirtieran en tempestades capaces de causar grandes daños. También en tornados, los cuales son remolinos de viento que concentran una gran cantidad de energía en una pequeña área por un corto tiempo, lo que les da una gran capacidad de destrucción.
En las zonas mayas, muy cercanas a los trópicos, una tormenta –sobre las aguas más cálidas del océano– puede convertirse en huracán, cuando las velocidades del viento aumentan a más de 150 kph. Una vez formados, los huracanes toman energía del calor del océano y del aire húmedo que se encuentra sobre éste. Mientras un huracán se encuentre sobre aguas cálidas, continuará creciendo; y se debilitará al desplazarse tierra adentro o lejos del trópico, en donde las aguas oceánicas son más frías.
Hemos visto cómo, utilizando los más ingeniosos y precisos instrumentos científicos, los mayas develaron el Orden Supremo y los ciclos que –a través del Sol– éste genera en la realidad. Así pudieron elaborar sus profecías para estos tiempos. Porque son los cambios cíclicos del Sol –los aumentos en su irradiación– los que tienen la capacidad para crear al principio y al final del Gran Ciclo Cósmico (cada 26.000 años) un cataclismo sobre el planeta. También pueden generar en su punto intermedio –momento que estamos viviendo actualmente– innumerables Eventos de Destino: fuertes aumentos de temperatura, derretimiento de polos y glaciares, terremotos, erupciones volcánicas, supertormentas, grandes alteraciones en el régimen de lluvias, inundaciones, tornados y huracanes.