Después de encontrar su primera noble verdad, Buda se preguntó, que causa el sufrimiento? Buscaba la manera de evitarlo y esto lo condujo a su segunda noble verdad: El sufrimiento es producido por el deseo, la impermanencia y la ignorancia.
El deseo al que Buda se refirió, es el apego por algo o alguien que se cree irreemplazable y fundamental para ser feliz, cuya pérdida provoca pena, duelo, miseria y sufrimiento. Resulta de la falsa creencia que la felicidad está afuera, en las personas o en las posesiones que se valoran de una forma desmedida, lo que las convierte en apegos. Apego por un placer sensual, apego por la personalidad que desea de vivir eternamente, apego por aquello que genera gratificación y satisfacciones en la vida. Deseos que se convierten en adicciones, en apegos que esclavizan a la mente. Sin embargo ninguno de esos apegos produce felicidad o satisfacción duradera por la impermanencia que todo experimenta en esta realidad en cambio constante.
Buda llamó Samudaya a la impermanencia. Afirmó que ella es establecida por Leyes Naturales que determinan ciclos de cambio ineludibles y fenómenos físicos temporales en la naturaleza. Las estaciones, las temporadas de frío y lluvia o de calor y sequedad, que impulsan a las flores a abrirse en primavera y a secarse en otoño son parte de esa impermanencia natural. Esas Leyes crean una secuencia de procesos naturales que modifican la vida del hombre, generan cambios en la realidad y en todo lo que en en ella existe. Infinidad de cambios que impiden que algo pueda permanecer, convirtiéndose en una de las causas del sufrimiento.
La mente misma es otra causa de impermanencia. Se mantiene en cambio constante por eventos dinámicos que alteran sus percepciones y el proceso de sus pensamientos. Una mente que es condicionada por el nivel de desarrollo y de perfeccionamiento que tiene la consciencia del individuo, obtenido a través del esfuerzo, la práctica de la meditación y del control de su mente.
De acuerdo a Buda, ese cambio constante convierte la vida en una búsqueda ininterrumpida de objetos de deseo. Antojo por objetos que si no son obtenidos producen sufrimiento y si son alcanzados producen un placer efímero que se disuelve inmediatamente. La impermanencia impulsa al hombre a buscar un nuevo objeto de deseo con el que vuelve a suceder lo mismo, en una secuencia que solo produce insatisfacción. Se acumulan objetos de deseo que no se comparten y que al poco tiempo aburren, se dañan o producen un apego irracional y lujurioso que crea celos, conflictos, odios, rencores, insatisfacciones y sufrimiento.
Buda afirmó que el Samudaya -esa impermanencia- solo desaparece cuando se alcanza el Nirvana. Un estado que el hombre -que nace para sufrir, envejecer, enfermarse y morir- puede alcanzar solo si se esfuerza en perfeccionarse espiritualmente. Un estado en el que todo es para siempre.
La tercera causa de sufrimiento de la que hablo en su segunda noble verdad, la ignorancia, no era de conocimientos sino de comprensiones y certezas verificadas sobre como funcionan la vida y la realidad. El desconocimiento -del que adolece la mayoría de la población- de esas Leyes Naturales que ordenan todos esos cambios.
Otro aspecto también regido por las Leyes Naturales, es el resultado o las consecuencias que produce toda acción decidida voluntariamente. Toda acción voluntaria surge de un proceso mental fundamentado en una intención y crea como consecuencia una energía trascendente que Buda llamó Karma. La clase de esa energía -de ese Karma- y el alcance directo de los efectos que produce, de las consecuencias que le corresponde crear, dependen de la intención que motivó la acción y de la intensidad con que se llevó a cabo.
El Karma entonces es el resultado de lo que decidimos hacer y de como lo hacemos, por eso las experiencias que el flujo trae -por las interacciones e interconexiones que todos tenemos con todo lo que existe- dependen de nosotros mismos y no de una divinidad a la que hay que aplacar con rezos o sacrificios para que su gracia nos manifieste lo que deseamos. Buda enseñó que el Karma nos conduce -tarde o temprano- a asumir la responsabilidad por todo lo que hacemos y nos motiva a a ser bondadosos y compasivos con los demás. Es decir el Karma le da al hombre -que se perfecciona asimismo- control sobre lo que experimenta y sobre lo potencial, sobre lo que aún no se ha manifestado. Asocia las construcciones mentales, las decisiones y las acciones del hombre con las experiencias que le trae la vida.
El Karma no afecta a todos los hombres por igual, depende del estado interior que mantiene, afecta de manera distinta a los que mantienen un estado burdo que a los que ya han logrado refinarlo. La diferencia entre uno y otro la produce el progreso, el avance en su propio perfeccionamiento, la creación sus propias virtudes, dones y habilidades. No es el resultado de la gracia que otorga un ser superior agradado con su comportamiento. De acuerdo a Buda, el hombre debe esforzarse por perfeccionarse para crear su propio bienestar y el de la sociedad, no para agradar a un ser superior imaginario.
Ley de Causa y Efecto
Toda acción voluntaria genera efectos directos que debe experimentar -que le corresponden- a quien la realizó y efectos que deben experimentar otros individuos y la comunidad, por la relación que todo tiene con esa acción o con el individuo que la realiza. Toda acción voluntaria afecta el flujo dinámico del universo entero y las experiencias que ese flujo genera, por la interconexión que hay entre todo lo que existe, al formar parte de un único ser.
Esos efectos son determinados por una Ley Natural, que Buda llamó la Ley de Causa y Efecto.
Todo efecto depende de la intención original que induce o motiva la realización de la acción voluntaria. La intención impulsa y condiciona la decisión, que a su vez condiciona y activa la acción, que es la que genera la energía trascendente -el Karma- que crea o atrae los efectos que le corresponden.
Si la intención, la decisión y la acción son correctas, virtuosas e inteligentes, fundamentadas en cualidades mentales positivas como el amor, la compasión y la sabiduría, siempre generan bienestar personal y beneficio colectivo. Crean armonía y una energía trascendente positiva, un Karma que impulsa y atrae las sincronicidades adecuadas del entramado que conecta todo lo que existe. Esto garantiza que el flujo universal le traiga información de sabiduría y oportunidades a quien realizó la acción, que lo ayuden a salir del Samsara, de la rueda de reencarnaciones. Si la intención, la decisión y la acción son incorrectas, maléficas, fundamentadas en la ignorancia, la codicia, el egoísmo, la rabia o el odio, siempre generan malestar, problemas, conflictos colectivos y sufrimiento, lo que fortalece su egoísmo y extiende el Samsara del individuo.
El hombre siempre tiene la libertad para revaluar sus intenciones incorrectas, puede elegir actuar correctamente, si no quiere experimentar las consecuencias negativas derivadas de escoger lo contrario.
El Karma Budista se basa en la Ley de Causa y Efecto, de acción y reacción, que funciona por si misma -como la ley de gravedad- sin necesidad que exista un Dios que realice un juicio divino y otorgue un premio o un castigo. El que actúa correctamente obtiene bienestar y armonía, el que actúa incorrectamente obtiene malestar, conflicto y sufrimiento. Esto contradice las doctrinas de las religiones Abrahámicas, el islamismo, el cristianismo y el judaísmo, que postulan que existe un Dios Superior, un Dios Creador que enjuicia y castiga a quienes cometen acciones que lo ofenden, a los pecadores que contradicen sus mandamientos y premia con su gracia divina a los creyentes que los siguen al pie de la letra. Sin embargo esos mandamientos y las leyes morales, la infinidad de interpretaciones que sobre ellos se producen aunadas a la creencia que el Dios de cada una de esas religiones es el único y verdadero, ha traído como consecuencia guerras religiosas y un fundamentalismo fanático. Ha impulsado la inmolación y el terrorismo, las cruzadas y la inquisición, o el creerse sus únicos elegidos, lo que ocasionó su auto exclusión y su separación del resto de la humanidad.
Buda afirmó que la energía trascendente del Karma surge de los pensamientos, las palabras y las acciones físicas voluntarias: Surge del pensamiento: odiar, celar, codiciar o reflexionar, meditar, contemplar; Surge de la palabra: calumniar, mentir o rezar, enseñar; Surge de las acciones realizadas con el cuerpo: matar, robar, ingerir narcóticos o ayudar y defender.
El individuo y el flujo de sucesos que le da forma a su vida, está conformado por 5 energías que se entrelazan, son codependientes y funcionan simultáneamente: Las energías que crean su corporalidad, que son las más densas, las que generan lo que siente, las que activan lo que percibe, las que forman y mueven sus pensamientos, y las que crean su consciencia, que son las más sutiles. La energía del Karma depende de las formaciones mentales, pero esta entrelazada a las otras energías. Por ello las acciones previas o de las vidas pasadas son importantes, pero no las únicas que determinan la vida presente.
La continuidad de esas 5 energías en la nueva vida, garantiza la continuación ininterrumpida del Karma y da lugar a un nuevo proceso sin que sea necesaria la intervención o la existencia de un alma o de un Dios Creador. Para Buda esas 5 Energías han existido desde siempre y existirán para siempre, solo cambian y se transforman de vida en vida, por los efectos del Karma que crean las acciones voluntarias. El objetivo de la consciencia es hacer que esas 5 energías alcancen la perfección para que puedan fundirse en el Nirvana, en la permanencia eterna, la inmovilidad y el éxtasis que produce alcanzarlo.
El flujo de pensamientos que fluye incesante de momento a momento en la vida, lleva consigo las determinantes que condicionan la personalidad, su temperamento, carácter, lo que le gusta y le disgusta, todas sus construcciones mentales y sus recuerdos. Ese flujo está gobernado por la Ley de Causa y Efecto, la ley que gobierna el cambio, que determina que cada instante de la consciencia, de sus pensamientos y de sus estados mentales asociados están condicionados por el momento que los precede. Ese proceso continúa en la vida presente y pasa a la vida siguiente como un flujo ininterrumpido. Esto determina que lo que el hombre es hoy, que la identidad que tiene, sus actitudes e inclinaciones son en gran medida heredadas de su pasado. El presente se referencia en el pasado y se puede adivinar el futuro basándose en lo que se vive en el presente. Somos por lo que fuimos y seremos por lo que somos.