Al morir comenzamos a VIVIR una serie extraordinaria de procesos que tienen profunda relación con el nivel de nuestra consciencia. Nadie muere sin darse cuenta que está desencarnando, aún suceda la muerte como resultado de un ¨accidente¨ o de un ataque cardíaco.
En ese momento siempre estamos rodeado por los Angeles de la Muerte, que nos reconfortan con su presencia y para tranquilizarnos toman de nuestra mente la figura y la forma de nuestros seres queridos, los que sabemos que ya han cruzado el velo. Mentalmente y como si fueran ellos mismos, se comunican nosotros y nos hacen sentir que todo está bien que no hay nada que temer.
Rápidamente se devuelve la película de nuestra vida al momento en que fuimos concebidos, cuando nuestra alma entró como fuerza vital -cuando nuestros padres estaban haciendo el amor- a guiar el espermatozoide con las claves genéticas del sexo que deseábamos adoptar, a fecundar el ovulo, su pareja. Así comenzó nuestra encarnación en está vida, rápidamente vemos, el momento de nuestro nacimiento, cuando nuestro espíritu entra con la primera inhalación a hacer contacto con nuestra alma -para instalarnos en la zona más alta de nuestra mente- las comprensiones que hemos adquirido en nuestras vidas pasadas, aquellas que se manifiestan como Dones en está vida.
De ahí en adelante la película corre velozmente, permitiéndonos re-vivir las escenas fundamentales de la que fue nuestra vida, hasta que llega nuevamente al momento de nuestra muerte, cuando nuestra alma abandonó el cuerpo físico que le sirvió de hogar. Esta es la primera -de las tres veces que devolvemos la película de la vida- en los procesos que comenzamos a experimentar después de la muerte…