Los Sacerdotes que sobrevivieron la desaparición de la civilización Atlante y el diluvio universal -los que sembraron la semilla de nuestra civilización- sabían que este tiempo que vivimos sería un momento decisivo y de gran trascendencia para la humanidad. Ellos sabían que un nuevo período de 26.000 años comenzaba para la humanidad. Por eso inmediatamente después del diluvio, tallaron la Esfinge en Egipto para llamar la atención sobre el Gran Ciclo Cósmico que causó la destrucción de su civilización y que causaría grandes cambios a la nuestra.
Hace 13.000 años, el Sol, activado por un pulso del Centro de la Galaxia, irradió una cantidad inusual de energía hacia la Tierra, provocando el Diluvio Universal. Un evento registrado en los libros sagrados de prácticamente todas las culturas antiguas. Ese latir del corazón de la Galaxia es regular -sucede cada 13.000 años- y es precisamente una de las variables que determinan el Gran Ciclo Cósmico.
La Esfinge en su tamaño, su forma, su precisa localización y su orientación guarda las claves del Gran Ciclo Cósmico de 26.000 años, el que anida todos los ciclos menores que ordenan nuestra vida. La Esfinge y su complemento el Zodíaco -un mapa de las estrellas que habían construido a lo largo de miles de años, era uno de los conocimientos más extraordinarios que su civilización había reunido sobre el orden del universo- describen el Gran Ciclo Cósmico, el orden superior que determina cuando suceden los grandes cambios sobre la tierra. Su rostro de piedra observa como se desplazan por el horizonte, las 12 constelaciones zodiacales. Tardan 26.000 años en pasar, una a una al Este frente a ella. Los sacerdotes atlantes sabían que ese giro de 360º de la bóveda celeste, se ajusta a los intervalos que regulan la emisión de energía, desde el centro de la galaxia.
Tallaron su enorme cuerpo de león sobre el eje este-oeste a los 30º exactos de latitud y 30º de longitud para convertirlo en un instrumento simbólico de medición astronómica. Sabían que su gran tamaño la convertiría en un motivo de curiosidad y en un enigma a escala planetaria que motivaría a muchos hombres a descifrar la información que ellos deseaban transmitirnos. Su tamaño megalítico le permitiría sobrevivir el paso de los siglos, conservando las claves del intervalo en que se manifiesta el latir del corazón de la Galaxia y el Gran Ciclo Cósmico.
Su precisa localización y la orientación de su cuerpo la relacionan con el equinoccio de primavera, el día en el que el Rey Sol se mueve por el cielo de manera muy precisa entre esos dos puntos cardinales, este-oeste. Ese día siempre lo han utilizado los astrónomos de todas las culturas para registrar y relacionar los movimientos de los astros en el cielo porque ese día el plano por el que se mueve el sol -donde está la eclíptica- y el plano sobre el que la Tierra gira a su alrededor -que tienen una inclinación de 23,5º entre ellos- se intersectan el uno al otro. Esta intersección sucede dos veces cada año: el 21 de marzo, día del equinoccio Vernal y el 21 de septiembre día del equinoccio otoñal.
Los astrónomos usan el día del equinoccio vernal como una marca posicional espacio-temporal, un punto de referencia desde el cual registrar y medir los movimientos del Sol, de los planetas que lo orbitan y de las constelaciones de estrellas en la bóveda celeste. A partir de ese día el sol se mueve hacia el Este 1° por día, proyectándose sobre las 12 constelaciones del Zodíaco, las que definen el gran ciclo cósmico. Esa es la manera en que notamos la traslación de la Tierra alrededor del Sol desde la superficie de nuestro planeta. Además ese día excepcional del equinoccio vernal los rayos solares caen perpendiculares al Ecuador (latitud 0°) iluminando ambos hemisferios por igual, lo que hace que los intervalos de luz y de oscuridad sean exactamente iguales. Los antiguos lo veían como un día de neutralidad, porque la luz y la oscuridad, el bien y el mal están en equilibrio.
Además grandes descubrimientos astronómicos se han realizado en uno de los días en que un eclipse lunar coincide con un día de equinoccio. Un día así le permitió a Hiparco de Nicea descubrir la precesión de los equinoccios, el desplazamiento de 1º cada 72 años del Sol con relación a las constelaciones zodiacales, que luego confirmó al registrar sus posiciones relativas año tras año el día del equinoccio vernal. El registró como se desplazaba la posición del Sol año tras año con relación a la Estrella Espiga. Así estableció que una estrella zodiacal vuelve a situarse en la misma posición en el horizonte terrestre transcurridos 25.920 años (se desplaza 1º cada 72 años, le toma 72×360º=25.920 años dar un giro completo que le permita regresar al mismo punto). Los científicos actuales llama la ¨Precesión de los Equinoccios¨ a este giro de de 26.000 años, que los antiguos llamaban el Gran Ciclo Cósmico. Un eclipse Lunar sucede en uno de esos extraordinarios días en que la brillante Luna llena se enrojece y luego se oscurece súbitamente -hasta casi desaparecer del cielo- por la sombra que produce la Tierra al interponerse entre ella y el Sol que la alumbraba. Como vemos el día del equinoccio vernal es una de las claves más importantes de la Esfinge por la estrecha relación que tiene con el gran Ciclo Cósmico.
Los sacerdotes sobrevivientes al cataclismo que destruyó la Atlántida decidieron tallar su cuerpo con la forma de un León agazapado presto a saltar en dirección al punto en que sale el sol el día del equinoccio para marcar el momento exacto hace 13.000 años cuando frente a ella comenzaron a aparecer las estrellas de la constelación de Leo. Una marca espacio-temporal importantísima porque definió el punto en que terminó el anterior Gran Ciclo Cósmico -con el diluvio universal causado por el aumento de la irradiación del Sol- y el comienzo del actual Ciclo Cósmico. El período glacial del Pleistoceno termina al aumentar súbitamente la irradiación del Sol, lo que derrite el hielo que cubría los continentes, el agua del enorme deshielo eleva 120 metros el nivel del mar. El punto definido en la constelación de Leo relaciona el Gran Ciclo Cósmico con cambios en los niveles de actividad del sol.
Al cuerpo de León le tallaron la cabeza de un hombre para relacionar el punto en que el sistema solar entra en la constelación de Leo con el punto en que llega a la constelación de Acuario, en su movimiento por el espacio. El rostro mira hacia el este para tomar consciencia de la aparición por el horizonte de la constelación de acuario en el solsticio de verano del año 2012. La Esfinge relaciona dos constelaciones separadas por 13.000 años o medio ciclo cósmico. El Eje entre dos de esas constelaciones, Leo y Acuario, divide el Zodiaco y la bóveda celeste y marca los momentos en que el centro de la Galaxia irradia la Superonda que incrementa la actividad del Sol. Leo marca el punto inicial de cada Gran Ciclo y 26.000 años después, marca también su punto final, mientras Acuario marca su punto medio, 13.000 años despues. El momento en que la humanidad termina el ciclo más primitivo, instintivo y difícil en cada ciclo de su evolución. Cuando liberamos nuestra mente de la animalidad original, y terminamos nuestra fase de desarrollo instintivo. La Esfinge simboliza este momento, cuando se asoma saliendo de la tierra frente al horizonte a observar el cosmos para entender que tiene un orden perfecto. Representa el momento en que nos elevamos sobre los hombros de la nuestra animalidad, cuando realmente somos libres porque tenemos la información de sabiduría, que nos permite decidir conscientemente hacia qué dirección dirigimos nuestro perfeccionamiento.
La forma de la Esfinge tiene las claves para definir el intervalo de 13.000 años en el que el Sol avanza 180º por la ecliptica para llegar al punto medio del Gran Ciclo Cósmico exactamente en el año 2012. La combinación de la Esfinge y el Zodíaco -que grafica los movimientos de las constelaciones de estrellas frente al horizonte terrestre- nos entrega información fácilmente verificable sobre el Gran Ciclo Cósmico y llama nuestra atención sobre el Sol como el catalizador de grandes cambios a escala planetaria.
Publicadas por Fernando Malkún